viernes, 4 de abril de 2014

Cambio interno - cambio externo.


Tal vez una de las cuestiones que más típicamente se tienen presentes en el momento de plantearse los caminos conducentes a la realización de cambios en la realidad humana, es el de cómo tocar los niveles más profundos de esa realidad para que ese cambio sea completo.

Comúnmente se recrimina a los movimientos revolucionarios de los siglos XIX y  XX el haber pensado que el cambio de forma bastaba y que nunca se entendió que no podría nacer una sociedad nueva sin hombres nuevos. Sin embargo esa visión comporta dos errores generales: El primero es que la teoría principal que soporto esos movimientos: la marxista, suponía que el ser humano descubría sus atributos esenciales en cuanto se relacionaba. Es decir que el humano se hacia  humano en la particularidad de sus formas de relación social, y si se entendía que la más  fundamental de esas relaciones era la económica, resulta  obvio que para Marx el cambio más acentuado de la esencia humana era el que se podía dar en el ámbito económico-social. El otro es que aun así, muchas corrientes marxistas y socialistas enarbolaron una bandera que directamente insistía en que “para crear una sociedad nueva se necesita crear un hombre nuevo”.

En ese sentido la propuesta que dice que el cambio debe llegar a lo más esencial del ser humano no resulta nada novedosa: la novedad más bien podría estar en entender que los procesos psicológicos son más básicos que los relacionales. Desde cierta perspectiva se puede considerar ello como cierto; pero una mirada menos abstracta y fragmentaria nos dice que no hay tal, que el ser relacional y el ser psicológico no son claramente distinguibles, y que un verdadero cambio implicará necesariamente ámbitos que en la realidad son indiferenciables.  El statu quo, representado en la sociedad y sus estructuras,  es el cerco que marca muchos de los limites y comportamientos que el “buscador espiritual” pretende reconstruir y revisar, y  a su vez, es el individuo promedio el principal encargado de reproducir ese encierro, de hacerlo vivo, de trasmitirlo e incluso de fungir  como  “policía moral” para su mantenimiento. Seguramente por eso muchos procesos de “cambio”  no lograron las metas que se trazaban -o solo implicaron cambios y no trasformaciones-: no porque “solo cobijaron las formas sociales y olvidaron  lo esencial” sino porque no lograron develar el complejo camino que conduce hacia esa esencia[1]  y que atraviesa el  escenario dialéctico individuo-colectivo. No hay que hacer mucho esfuerzo para notar que los procesos socialistas, aun sus diferencias, en muy poco se desligan de las más típicas estructuras sociales patriarcales. De lo que resulta valido preguntarse si realmente hubo alguna trasformación en las formas fundamentales de relación, o más bien solo un cambio en la fachada sin importar si  estos “padres” hayan sido más “bondadosos” o  más “tiránicos” que los de los países capitalistas.


Dentro de ciertas corrientes menos estructuradas del mundo contemporáneo parece generarse un  proceso del mismo corte pero en sentido inverso: se privilegia un “cambio interno” que no se ve reflejado en las formas fundamentales de relación y por tanto en la estructura social, y que finalmente también termina perdiendo el norte de la esencia disfuncional que abarca todo el ámbito de realidad humana, siendo así mismo aparente,  de forma… no siendo cambio alguno.
Es importante insistir en que los cambios no son de forma o de fondo según apunten a estructuras más colectivas o más individuales. Puede haber un cambio en la realidad social que genere cierto fondo, por ejemplo el de una comunidad que se hace consciente, con diferentes grados de generalización y perspectivas, de problemáticas como las relacionadas con  el medio ambiente, y crea una cultura ecológica que rompe con la visión  hegemónica que entiende -o entendía- la naturaleza como un objeto externo que puede ser vapuleado según los caprichos humanos. Aparece así una arista clave en los tópicos de discusión y perspectivas de desarrollo que también  hace presencia en la cotidianidad social. Independientemente de sus éxitos o sus fracasos se pone en el tapete y se crea un imaginario general. ¡Existe un nuevo tópico del que, para mal o para bien, ya no podemos desligarnos cuando  nos  pensamos como humanidad!
Asimismo, pueden existir “cambios” en niveles muy micro de la realidad: familia, pequeños grupos e incluso individuales que son solo aparentes, que no remiten en ningún nivel a un nuevo “estado fundamental”. Por el contrario son la expresión de segundas intenciones como moralismos, idealismos, vanidades etc. Se adoptan ciertos comportamientos o se toman ciertos caminos porque se cree certifican  ciertos logros ante los otros o lo otro.  Incluso puede existir dicho falseamiento por parte  del individuo para si mismo: encontrar el punto en el que verdaderamente “se es” sin engañarse resulta bastante sutil e inasible con palabras:
Algo de ello se puede percibir en la descripción practica que se representa en la película Matrix, cuando Neo realiza  su primer intento  por  lograr un salto que lo lleve de la azotea de un edifico a otro. ¿Cuándo llega a saberse capaz de dicha hazaña y cuando solo esta fingiéndose como capaz a si mismo?

Un verdadero cambio inevitablemente abarcará todos los ámbitos de la realidad, y para el mundo actual representará la inevitable caída del sistema capitalista basado en relaciones patriarcales, de explotación y de cosificación de la naturaleza, de los  seres humanos y de la vida. Es cierto que sin una masa critica algunos grupos o personas que apunten a una transformación real no podrán significar la caída entera del sistema, pero no es menos cierto, que mientras ello no suceda, estas personas entraran en una nueva relación con este sistema: que aun siéndoles necesario como única e impuesta alternativa de sobrevivencia, representará un espacio  “conflictivo” y de lucha constante por ser incompatible con su ser interno y su impulso relacional.
Lo anterior  conduce a otro tema de la línea planteada: la negación tajante de los “gurús del capitalismo” de la valides y el momento de ciertas realidades como el conflicto, la lucha, el debate etc. lo cual en lugar de representar un cambio termina por patrocinar el actual  estado  de las cosas.  Comúnmente esta perspectiva se articula con un entendimiento acomodaticio de aquel adagio que dicta: “todo sucede por un motivo”.




[1] Vislumbrar la equivocación esencial es parte del proceso al que se conduce todo “buscador espiritual”. Sin embrago puedo señalar que aquel mapa que habla de un desequilibrio entre tres ámbitos o perspectivas humanas  representados por “padre, madre e hijo” y sus correspondientes “valores”, puede ser una muy buena orientación para comprender esa esencia disfuncional que atraviesa cada ámbito de la realidad humana.

El economista norteamericano Jeremy Rifkin, autor de obras como ·El fin del trabajo" y "El sueño europeo", advierte en su libro "La civilización empática" sobre la necesidad de generar una conciencia planetaria que revitalice la economía y acabe con la progresiva destrucción del planeta.

viernes, 14 de marzo de 2014

"La religión fue señalada como opio del pueblo, pero esta espiritualidad light también lo es. La religión ha sido señalada como instrumento de manipulación de masas, pero estaespiritualidad light ,que te aleja de estar en la Vida y te debilita como ser humano, también es un instrumento de manipulación..."

http://espiritualidad-especialitis.blogspot.com/2012/05/una-espiritualidad-light.html

Coca-Cola consigue que la RAE acepte la palabra 'positividad'

http://a7.com.mx/vida/sociedad/16114-coca-cola-consigue-que-la-rae-acepte-la-palabra-positividad.html

Extracto de La felicidad paradójica. Ensayo sobre la sociedad de hiperconsumo, de Gilíes Lipovetsky

"...En ninguna parte es tan manifiesto el fenómeno como en la "nebulosa místico-exotérica" y los medios que asumen la "New Age". En este feudo se multiplican las librerías especializadas y salas de exposición, toda una oferta comercial hecha de talleres con gurú, centros de desarrollo personal y espiritual, cursillos de zen y yoga, talleres sobre las "chakras", consultas con el "médico espiritual", cursos de astrología y numerología, etcétera. Mientras las obras de religión y las novelas espirituales se convierten en éxitos de ventas, muchos editores invierten en este nuevo segmento del mercado en expansión. En la sociedad de hiperconsumo, incluso la espiritualidad se compra y se vende. Si es verdad que la reactivación posmoderna de lo religioso expresa cierto desencanto del materialismo de la vida cotidiana, también lo es que el fenómeno es cada vez menos ajeno a la lógica comercial. Es la espiritualidad convertida en mercado de masas, producto para comercializar, sector que organizar y promover. Lo que constituía un cortafuegos para el desenfreno de la mercancía se ha metamorfoseado en palanca de su propagación. La fase III es la que ve difuminarse el espacio que hay entre el Homo religiosus y el Homo consumericus..."



Razón tenía Papuchis…

Mucho se ha repetido que una herramienta no es buena ni mala, y que lo que esta pueda generar depende del uso que le de quien la sujeta. Pero tampoco es menos cierto que quedarse en dicha abstracción, sin observar las prácticas sociales predominantes, nos impediría entender el carácter principal que cualquier herramienta adquiere en lo concreto.

En el caso de las redes sociales en Internet, indicar que entre sus principales motores se encuentra la capacidad que tienen de potenciar aquella premisa que ya en la Colombia de los 90 popularizara Juan Manuel Correal –más conocido entonces como Papuchis-: “Lo importante no es ser sino aparentar”, resulta bastante de Perogrullo. 

Las disertaciones que al respecto se han dado, aunque no inunden los medios, tampoco son escasas. La mayoría de ellas sin embargo parecen centrarse  en la dificultad que se crea en muchas personas, principalmente adolescentes, al sentirse forzadas a vender su imagen día tras día. Excluyen así el problema que las precede y que solo se ve potenciado por ellas: el de individuos que incapaces de conocerse  o de construirse a si mismos, crean una puesta en escena para el entorno; con la consecuencia aun más macabra de terminar entendiendo que la percepción que el entorno tiene de ellos -el éxito de esa puesta en escena- es lo que son ellos mismos.

No solo es que el adolescente -o el no tan adolescente- se vea forzado a vender  continuamente pedazos filtrados de si, en un proceso de falseamiento personal y de ajuste a escogidos ideales sociales  o de grupo, esperando lograr que el mundo  le reconozca y le acepte. Es que la persona termina por confundir la imagen falseada con ella misma.
Lo que antes era difícil de percibir, ahora es caricaturizado por las redes sociales:                        
La persona se siente más o menos “viva” según su imagen falseada este o no activa; favorece una desestimación de lo real y de lo cotidiano, mientras equipara, no solo su valía, sino su bienestar  con los laureles a esa falsa imagen…En ultimo termino, resulta añorando la imagen por sobre la realidad, poniendo lo virtual sobre lo concreto, confundiendo el escenario con la vida.
Buen retrato de ello,  es el caso sombrío de quien frente a una situación aparentemente gratificante, parece más  inmiscuido en esa “foto pal face” que en la experiencia misma.

Mucho egoísmo poca empatia.


(…) es en esta causalidad entre deseo y realidad donde el credo se encuentra con el capitalismo y su imperativo de consumo y crecimiento ilimitados: todo se puede conseguir si de verdad se desea y se está dispuesto a alcanzarlo. La perversión de esta ideología que bebe del primer calvinismo protestante es que reposa exclusivamente en la responsabilidad individual: el éxito depende la propia actitud; no hay, pues, excusa para el fracaso. Es, por tanto, una cultura ajena a cualquier principio de empatía o solidaridad, que además se acaba convirtiendo en un excelente mecanismo de control social porque no invita a los ciudadanos a pensar ni a criticar el sistema, permitiendo así perpetuar sus injusticias.