Tal vez
una de las cuestiones que más típicamente se tienen presentes en el momento de
plantearse los caminos conducentes a la realización de cambios en la realidad
humana, es el de cómo tocar los niveles más profundos de esa realidad para que
ese cambio sea completo.
Comúnmente
se recrimina a los movimientos revolucionarios de los siglos XIX y XX el haber pensado que el cambio de forma
bastaba y que nunca se entendió que no podría nacer una sociedad nueva sin
hombres nuevos. Sin embargo esa visión comporta dos errores generales: El
primero es que la teoría principal que soporto esos movimientos: la marxista,
suponía que el ser humano descubría sus atributos esenciales en cuanto se
relacionaba. Es decir que el humano se hacia humano en la particularidad de sus formas de
relación social, y si se entendía que la más fundamental de esas relaciones era la
económica, resulta obvio que para Marx
el cambio más acentuado de la esencia humana era el que se podía dar en el
ámbito económico-social. El otro es que aun así, muchas corrientes marxistas y
socialistas enarbolaron una bandera que directamente insistía en que “para crear
una sociedad nueva se necesita crear un hombre nuevo”.
En ese
sentido la propuesta que dice que el cambio debe llegar a lo más esencial del
ser humano no resulta nada novedosa: la novedad más bien podría estar en
entender que los procesos psicológicos son más básicos que los relacionales. Desde
cierta perspectiva se puede considerar ello como cierto; pero una mirada menos
abstracta y fragmentaria nos dice que no hay tal, que el ser relacional y el
ser psicológico no son claramente distinguibles, y que un verdadero cambio
implicará necesariamente ámbitos que en la realidad son indiferenciables. El
statu quo, representado en la sociedad y sus estructuras, es el cerco que marca muchos de los limites y
comportamientos que el “buscador espiritual” pretende reconstruir y revisar, y a su vez, es el individuo promedio el principal encargado de reproducir ese encierro, de
hacerlo vivo, de trasmitirlo e incluso de fungir como “policía
moral” para su mantenimiento. Seguramente por eso muchos procesos de “cambio” no lograron las metas que se trazaban -o solo
implicaron cambios y no trasformaciones-: no porque “solo cobijaron las formas
sociales y olvidaron lo esencial” sino porque no lograron develar el complejo camino que conduce hacia esa esencia[1] y que atraviesa el escenario dialéctico individuo-colectivo. No
hay que hacer mucho esfuerzo para notar que los procesos socialistas, aun sus
diferencias, en muy poco se desligan de las más típicas estructuras sociales
patriarcales. De lo que resulta valido preguntarse si realmente hubo alguna trasformación
en las formas fundamentales de relación, o más bien solo un cambio en la
fachada sin importar si estos “padres”
hayan sido más “bondadosos” o más
“tiránicos” que los de los países capitalistas.
Dentro de ciertas corrientes menos estructuradas del mundo
contemporáneo parece generarse un proceso
del mismo corte pero en sentido inverso: se privilegia un “cambio interno”
que no se ve reflejado en las formas fundamentales de relación y por tanto en la
estructura social, y que finalmente también termina perdiendo el norte de la esencia disfuncional que abarca
todo el ámbito de realidad humana, siendo así mismo aparente, de forma… no siendo cambio alguno.
Es
importante insistir en que los cambios no son de forma o de fondo según apunten
a estructuras más colectivas o más individuales. Puede haber un cambio en la
realidad social que genere cierto fondo, por ejemplo el de una comunidad que se
hace consciente, con diferentes grados de generalización y perspectivas, de
problemáticas como las relacionadas con el medio ambiente, y crea una cultura ecológica que rompe con la visión hegemónica que entiende -o entendía- la naturaleza como un objeto externo que puede ser vapuleado según los caprichos humanos. Aparece así una arista clave en los tópicos de discusión y perspectivas de desarrollo que también hace presencia en la cotidianidad social. Independientemente de sus éxitos o sus fracasos se pone en el tapete y
se crea un imaginario general. ¡Existe un nuevo tópico del que, para mal o para
bien, ya no podemos desligarnos cuando nos
pensamos como humanidad!
Asimismo, pueden
existir “cambios” en niveles muy micro de la realidad: familia, pequeños grupos
e incluso individuales que son solo aparentes, que no remiten en ningún nivel a un nuevo “estado fundamental”. Por el contrario son la expresión de segundas
intenciones como moralismos, idealismos, vanidades etc. Se adoptan ciertos comportamientos
o se toman ciertos caminos porque se cree certifican ciertos logros ante los otros o lo otro. Incluso puede existir dicho falseamiento por
parte del individuo para si mismo:
encontrar el punto en el que verdaderamente “se es” sin engañarse resulta
bastante sutil e inasible con palabras:
Algo de ello se
puede percibir en la descripción practica que se representa en la película
Matrix, cuando Neo realiza su primer
intento por lograr un salto que lo lleve de la azotea de
un edifico a otro. ¿Cuándo llega a saberse capaz de dicha hazaña y cuando solo
esta fingiéndose como capaz a si mismo?
Un
verdadero cambio inevitablemente abarcará todos los ámbitos de la realidad, y
para el mundo actual representará la inevitable caída del sistema capitalista
basado en relaciones patriarcales, de explotación y de cosificación de la
naturaleza, de los seres humanos y de la
vida. Es cierto que sin una masa critica algunos grupos o personas que apunten
a una transformación real no podrán significar la caída entera del sistema,
pero no es menos cierto, que mientras ello no suceda, estas personas entraran
en una nueva relación con este sistema: que aun siéndoles necesario como única
e impuesta alternativa de sobrevivencia, representará un espacio “conflictivo” y de lucha constante por ser
incompatible con su ser interno y su impulso relacional.
Lo
anterior conduce a otro tema de la línea
planteada: la negación tajante de los “gurús del capitalismo” de la valides y
el momento de ciertas realidades como el conflicto, la lucha, el debate etc.
lo cual en lugar de representar un cambio termina por patrocinar el actual estado
de las cosas. Comúnmente esta perspectiva se articula con un entendimiento acomodaticio de aquel adagio que
dicta: “todo sucede por un motivo”.
[1]
Vislumbrar la equivocación
esencial es parte del proceso al que se conduce todo “buscador espiritual”. Sin
embrago puedo señalar que aquel mapa que habla de un desequilibrio entre tres
ámbitos o perspectivas humanas
representados por “padre, madre e hijo” y sus correspondientes
“valores”, puede ser una muy buena orientación para comprender esa esencia
disfuncional que atraviesa cada ámbito de la realidad humana.